Con Antonieta conversamos largo y tendido. Aunque con tono alegre, parte con una especie de advertencia pero que a la vez es una reivindicación: nos pide que consideremos su hipoacusia en la entrevista. Empezamos hurgando junto a ella entre sus objetos mientras nos comparte historias de su vida. De repente, encuentra entre sus cosas un regalo de una estudiante, un conejito de cerámica, lo que ella identifica como una especie de preocupación de su alumna por ella.
Sus ojos le brillan cuando habla de la docencia: siempre quiso ser profesora. Ahí la conversación fluye hacia saber cómo estudió, ejerció, vivió y vibró como docente. De las cosas que aprendió y a las que decidió darle importancia.
“Nunca, nunca, nunca les hice una prueba -y esto es lo que más los papás recuerdan y los chicos también- sin ponerles un mensaje abajo: te quiero, tú puedes, adelante, que te vaya bien…pero nunca les puse “que tengan suerte” porque yo sé que tú puedes sin suerte, te va a ir bien.”
Antonieta ha vivido toda su vida cerca del lago Llanquihue, entre Puerto Fonck y Puerto Varas, y ha sido testigo de los cambios en las construcciones, los paisajes y la gente. Aunque nota menos caras conocidas en el centro de la ciudad, mantiene un optimismo cauteloso frente a las transformaciones. Habla con cariño de su madre moderna y de su hermana que siempre le recuerda las capacidades de las mujeres. Antonieta ve los cambios con reserva pero valora lo que permanece: el cuidado de sus hijos, los momentos compartidos con su familia, sus actividades en el espacio de adultos mayores y la compañía de sus perros, fieles oyentes de sus historias.