Trabajadora del tiempo y mujer del lago Llanquihue de toda la vida, María nos recibe en su casa. Ha dedicado su vida al meticuloso arte de reparar y mantener relojes.

Que sea una relojera la que nos hable del paso del tiempo nos entusiasma. Nos cuenta que por todos los rincones de la casa andan relojes y el objeto que escoge para compartir con nosotras es un reloj a cuerda. Nos gusta lo sencillo pero representativo de su artefacto: un aparato para medir el tiempo es lo que edifica los recuerdos de su vida laboral.

María y su marido, con la relojería Coronado que ambos llevaban, estuvieron instalados en la intersección de San Francisco con Pío Nono. A lo largo de los años, su relojería fue una testigo privilegiada de los cambios que han transformado la ciudad de Puerto Varas: de unos cuantos negocios -zapatería, moda y algo de hotelería- que ya desaparecieron a un centro ajetreado y lleno de gente.

Nos cuenta que ella cambiaba pilas. Intenta bajarle el perfil a su labor en la relojería, nos dice que cambiar pilas era una labor sencilla. Pero nosotras sabemos que cada nueva batería renueva el tiempo, lo mantiene pulsando y desafía la obsolescencia de los objetos.

Cuando la entrevista va hacia conocer lo que más le gustaba de la cotidianidad de la relojería, María no duda en afirmar que lo que más disfrutaba era conversar con la gente. Y es que a través de su trabajo, fue creando vínculos especiales con la comunidad puertovarina. Tanto así que como anécdota nos cuenta que algunas personas le dejaban a su cargo el cuidado de otra persona para ir a hacer otros trámites:

“Lo más bonito era atender a la gente…conversar. A veces llegaba gente, señoras que dejaban ahí a las mamás y salían a comprar y ahí yo conversaba con ellas. Siempre fue así, bien casero.”

Así de confiable la señora María en la relojería Coronado: venta y mantención de relojes y custodia de personas.

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