La máquina de coser de Silvia tiene más de cien años. Cien años enredando entre sus hebras las historias personales y colectivas, de ella, su familia y sus territorios.
Aunque su madre falleció cuando Silvia tenía apenas nueve años, la máquina de coser SINGER es una conexión tangible con su pasado. No es un recuerdo abstracto sino un vínculo material con su mamá. Cuando le preguntamos por qué eligió este objeto ella nos dice convencida:
“ es por el recuerdo que yo tengo de mi madre… y cuando estoy bordando es como si estuviera con ella”.
La máquina de coser, que partió siendo una herramienta útil para coser sacos donde almacenar alimentos, también ha cuidado de ella y de otres. Cuando tenía cerca de veinte años y ya trabajaba en el sanatorio alemán en Valdivia, la máquina le permitió coser prendas para apoyar los estudios en Futrono de un hermano menor que ella. Además de contribuir a su autonomía económica y la de los suyos, ha sido y aún es, una forma de demostrar cariño.
Silvia nos invita a tomar once: diversas delicias dulces y saladas sobre un gran mantel blanco por supuesto bordado por ella. Se nota que su lugar seguro es recibir gente e invitarlas a su mesa. Antes de irnos, como queriendo enredarnos a esa historia de Silvia y su máquina de coser, cada una recibe un pañito bordado.