Sonia, es profesora de educación básica, activadora de causas solidarias y puertovarina desde siempre. Nos recibe junto a su hijo Mario, en su casa de Puerto Chico, nos impresiona su maravillosa vista al lago y los volcanes.
También llama la atención de inmediato una estantería con cientos de palomitas, la cual nos haría repensar el concepto de souvenirs. Notamos que estos clásicos recuerdos de viaje, a los que rara vez damos importancia, pueden también ser un fragmento tangible de afecto y memoria.
La colección de Sonia es mucho más que una exhibición de objetos, es una colección de gestos y conexiones personales. Cada una de ellas, empezando por la que eligió para este relato, representa un gesto de amor o gratitud por parte de quienes se las trajeron. Juntas, son una especie de altar que rinde homenaje a la amistad y que la hacen sentirse una persona muy querida.
Las palomitas han sido también una forma de viajar. Curiosa e inquieta, Sonia tenía el sueño de que al jubilar viajaría tanto que sólo pasaría a la casa para lavar la ropa. Si bien su cuerpo no la acompañó en este afán, sus pequeños tesoros la han hecho visitar muchos lugares del mundo.
Pero no sólo de recuerdos vive Sonia, éstos son sólo una extensión de su personalidad solidaria y activa que la han hecho merecedora de vínculos profundos con muchas personas, especialmente mujeres: su grupo de amigas del colegio y las compañeras del club del adulto mayor donde por años ha sido voluntaria. Las conversaciones, anécdotas y cuidados se encargan de insistirnos en que no hay mejor patrimonio que la amistad.